Manuel Cortizo Velasco
Transitan por
la vida personajes que no merecerían la
más mínima atención si no fuera porque ellos procuran insistentemente llamarla.
Se trata de esos protagonistas de teatrillo de marionetas que obedecen a los
sutiles, (o no tanto), tirones de la cordada que ejecuta el titiritero. En un
teatro de marionetas nada tiene importancia si no es la propia y generalmente
jocosa actuación satírica o no. En la vida real nada hay más triste y mísero
que actuar de títere de la cordada en cuestión. Doliente y peligroso. Triste
por que así es el arrastrarse por la vida, ejercer de besamanos y actuar de
besaculos de forma continuada, ocupación exigida si se quiere triunfar como
marioneta de cabecera. Y peligroso porque el jefe de la cordada puede cortarla
de raíz y el batacazo suele ser grandioso: todo lo ominoso que puede ser
quedarse entre al pairo entre dos bandos con el culo al aire y no para recibir
ósculos precisamente.
Viene al caso
este introito comediante, de que en la Consejería de Bienestar Social y
Vivienda se vienen dando casos y cosas más propias del guiñol que del trabajo.
Y no me estoy refiriendo al simple trabajador, sino a jefecillos/as que se
dedican a perseguir fantasmas y colgar sambenitos a la espalda de aquel que
señalan como digno de ser sancionado, perseguido o humillado. Y lo hacen,
parece ser que bajo las órdenes de personal escondido en el gabinete o bajo las
presiones del Director General de turno; o, también por iniciativa propia, con
el fin de caer en gracia, olvidando que es más plausible ser gracioso.
No es
admisible que se sancione al personal a la mínima, pudiendo arreglar las cosas
con una pizca de diálogo. No es de recibo que se llame al personal trabajador
al despacho para indagar sobre presuntas actividades sindicales o supuestamente
ajenas al trabajo, sin fundamento alguno. Eso es mala fe. Eso es de colegio del
Opus. En todos los sentidos.
Esos
personajes no están trabajando, están dedicados a “cazar” a las personas. Luego, son unos
ineptos que no merecen ocupar un puesto cuya función es dirigir, no perseguir.
Esto se suele llamar en la calle acoso. Sin paliativos. A-CO-SO.
Esto se hacía
en otros tiempos en los que el chivatazo era la forma de llegar o mantenerse en
el puesto. Unos tiempos que todos creíamos pasados, pero que, ¡qué paradoja!
hoy, gobernando el PSOE, la izquierda honorable, se está llevando a cabo de
forma que se parece más a una caza de brujas que un proceso de gobierno en la Administración
Pública.
He conocido
casos de una total injusticia y ahora procesos inquisitoriales llevados de la
mano, parece ser, que de los anteriormente citados, jefe/a de servicio mediante.
En todos los casos personajes políticos de libre designación desligados tanto
del trabajo como de los trabajadores y atentos únicamente a cumplir unas líneas
de actuación previstas y procurando no alterar al dueño del teatrillo de
títeres, no vaya a ser que perdamos los papeles y el asiento. Esta es una de
las maldades de la Libre Designación: el despego y el libre albedrío a la hora
de interpretar comportamientos en el lugar de trabajo; la ineptitud para
entender dónde empiezan los derechos del trabajador y donde los de la
Administración.
La injerencia
en los asuntos sociales, sindicales y cívicos de los trabajadores hace que, (alguna
disculpa hay que tener), uno sea improductivo, ineficaz, (pues no se dedica a
su trabajo con la debida diligencia), e inepto, pues ya ha alcanzado las más
altas cuotas de aquello para lo que presuntamente servía y ahora se dedica a
estas miserias.
Que pena.
¡Tan jóvenes!
Uno cree que
bastantes problemas tiene ya la Consejería: unos de gestión de los asuntos que
le son propios y otros de imagen pública, como para añadir ahora las fobias y
filias personales de cada quien, a la misión propia delegada por el Gobierno a
la misma. Zapatero a tus zapatos. Que son muchos y poco el tiempo.
Por más
vueltas que le demos al tema no es siquiera imaginable más que en mentes
enfermas, con una inquina estimable hacia los trabajadores, que llegan a
extremos de desmontar los equipos de trabajo en aras de sus propias
satisfacciones enclenques.
Las ansias de
poder son loables, si se quiere, pero no a costa de los trabajadores, ni de los
contribuyentes que son la esencia de nuestro trabajo.
Sea poderoso
quien lo merezca por méritos propios, es decir conocimiento y capacidad de
gestión. Pero no malgaste fuerzas en perseguir sombras, pues acabarán como los
personajes de “La Caverna”: no distinguiendo la realidad de la ficción.
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